Os propongo que hagáis
esta reflexión: sois lectores y lectoras de toda la vida. Los libros siempre os han acompañado allá
donde hayáis ido. No os imagináis unas
vacaciones sin un buen libro (o dos, o
tres, o más) a vuestro lado. Todavía recordáis
aquella primera historia que os atrapó y a partir de la cual, ya no habéis parado
de leer. Si por la noche, antes de ir a dormir no leéis, ni que sean 2 o 3 páginas antes de
que os pueda el sueño y el cansancio acumulado, pensáis que ese día no ha
acabado bien del todo. Vuestra mesita de
noche parece la estantería de la mejor librería de vuestra ciudad, repleta de
libros fantásticos esperando que toque su turno de ser leídos. En definitiva, os encanta leer.
¿Sí? Pues ahora
os voy a contar una historia un poco triste pero muy bonita, o al menos a mí me
lo parece. Imaginaos que todo lo anterior es cierto y que, además, os encanta
ir a las bibliotecas y buscar y rebuscar entre las estanterías o simplemente
estar allí, leyendo tranquilamente, rodeados de ese olor a libros (doy fe de que existe) y de esa tranquilidad. Y
llega un buen día (más bien un día fatídico) en que vuestros ojos ya no pueden
más, vuestra cabeza tampoco y os es imposible leer. Físicamente imposible.
¿Qué haríais? Yo
no lo sé. Pero sí sé lo que ha decidido
hacer un usuario de mi biblioteca. Es un señor mayor (muy mayor), habitual de
las tardes, que de un tiempo a esta parte viene, se sienta delante de una mesa,
apoya su bastón en la silla, abre su bolsa y saca una caja de colores de
aquellas de madera, preciosa. Todos los lapiceros están perfectamente afilados
y alineados por gamas de tonos. Entonces, abre su libreta y muy despacio, elige
un dibujo: la mandala del día. Puede pasarse un par de horas
tranquilamente pintando. La sensación que desprende es de paz total.
Hace unos días me
senté a su lado y me interesé por lo que estaba haciendo. Y entonces me explicó
su historia. La misma que os he explicado antes. Y además, no puede y no sabe
estar en casa sin hacer nada. Ha descubierto que pintar mandalas es una forma
de entretenerse, relajarse, mantener la tarde ocupada y sobretodo, de poder
seguir manteniendo con la biblioteca ese nexo de unión, ese cordón umbilical,
al cual no quiere renunciar. No todavía.
que bonito...
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