martes, 17 de abril de 2012

Cuando toca leer mandalas


Os propongo que hagáis esta reflexión: sois lectores y lectoras  de toda la vida.  Los libros siempre os han acompañado allá donde hayáis ido.  No os imagináis unas vacaciones sin un buen libro (o dos,  o tres,  o más) a vuestro lado. Todavía recordáis aquella primera historia que os atrapó y a partir de la cual, ya no habéis parado de leer. Si por la noche, antes de ir a dormir  no leéis, ni que sean 2 o 3 páginas antes de que os pueda el sueño y el cansancio acumulado, pensáis que ese día no ha acabado bien del todo.  Vuestra mesita de noche parece la estantería de la mejor librería de vuestra ciudad, repleta de libros fantásticos esperando que toque su turno de ser leídos.  En definitiva, os encanta leer. 

¿Sí? Pues ahora os voy a contar una historia un poco triste pero muy bonita, o al menos a mí me lo parece. Imaginaos que todo lo anterior es cierto y que, además, os encanta ir a las bibliotecas y buscar y rebuscar entre las estanterías o simplemente estar allí, leyendo tranquilamente, rodeados de ese olor a libros (doy  fe de que existe) y de esa tranquilidad. Y llega un buen día (más bien un día fatídico) en que vuestros ojos ya no pueden más, vuestra cabeza tampoco y os es imposible leer.  Físicamente imposible. 

¿Qué haríais? Yo no lo sé.  Pero sí sé lo que ha decidido hacer un usuario de mi biblioteca. Es un señor mayor (muy mayor), habitual de las tardes, que de un tiempo a esta parte viene, se sienta delante de una mesa, apoya su bastón en la silla, abre su bolsa y saca una caja de colores de aquellas de madera, preciosa. Todos los lapiceros están perfectamente afilados y alineados por gamas de tonos. Entonces, abre su libreta y muy despacio, elige un dibujo:  la mandala del  día. Puede pasarse un par de horas tranquilamente pintando. La sensación que desprende es de paz total.

Hace unos días me senté a su lado y me interesé por lo que estaba haciendo. Y entonces me explicó su historia. La misma que os he explicado antes. Y además, no puede y no sabe estar en casa sin hacer nada. Ha descubierto que pintar mandalas es una forma de entretenerse, relajarse, mantener la tarde ocupada y sobretodo, de poder seguir manteniendo con la biblioteca ese nexo de unión, ese cordón umbilical, al cual no quiere renunciar. No todavía. 


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